// 04.05.2007 - 13.07.2007 / Sala NAIAS

Restos de familia

Lorena Amorós


Qué fuimos, qué somos. Qué restos, recuerdos o vivencias subsisten de nuestra niñez. Esa imagen reducida de nosotros mismos, ¿forma aún parte de la que encontramos cada mañana ante el espejo? La búsqueda de la propia identidad es constante en el trabajo artístico de Lorena Amorós, una reflexión personal que se remite a anteriores muestras como: “Voluntad de forma”, “Txikillers” y “Restos de restos”. El autorretrato (la introspección personal) está siempre presente en la Historia del Arte. Lo que no es tan corriente es volver la mirada hacia la niñez, excavar en ella en búsqueda de unos recuerdos que no estén simulados, endulzados. Esta labor arqueológica, es la que realiza en sus obras Lorena Amorós, una continua pregunta acerca del pasado y el presente, un choque constante entre vivencias personales y ajenas.

“ El empeño por definirse, no subsiste sino como un milagro, cuya búsqueda no descubre arribo posible. Lo sabemos: parecer es diferente a ser. Nuestro entorno nos recuerda esa inocencia arrebatada por los escrúpulos del tiempo. Tragedia ansiosa al mirar atrás, a ese pasado quizá oprimido, tal vez agotado, activado por la memoria escarpada que desde la infancia nos descubre. Verdad impura y terrible, mentira sana y confortable de la ilusión que pretende desvelarnos, incluso RE-vivificarnos.”
La incapacidad de encontrarnos, el hallazgo de alguien que “no es” sino que “pretende ser”, de una máscara difícil de despegar, hace arduo “el descenso a esos primeros años”, como apunta Lorena. Embarcados en una procelosa travesía por los recuerdos, adivinamos una vida compleja y múltiple, contradictoria. “En una palabra: interminable, sin límites definidos, imposible de contener en los límites de un único autorretrato, probablemente de ninguna imagen de nosotros mismos, pues la auténtica autobiografía da la impresión de pertenecer al ámbito de lo enigmático: ser uno mismo, la mayoría de las veces, coincide con hacerse pasar por otro.”

Pasar por otro, llegar a serlo, huir de ti. La personalidad no es sencilla sino compleja, es un misterio. Somos uno y somos muchos al mismo tiempo. De ahí, como señala Lorena, la imposibilidad de realizar un único autorretrato. De ahí, la necesidad de utilizar un disfraz y, en algunos casos, de robar otro cuerpo, otra alma. En el cuento titulado “William Wilson” de Edgar Allan Poe, la apropiación de la persona y personalidad del protagonista queda reflejada como un hecho amenazador, terrible. Finalmente la copia se convierte en real, la frontera entre la imitación y lo imitado no existe. “Has vencido, y me entrego. Pero también tú estás muerto desde ahora... muerto para el mundo, para el cielo y la esperanza. ¡En mí existías... y al matarme, ve en esta imagen, que es la tuya, cómo te has asesinado a ti mismo!.”

Destruir la mascara, ¿es acaso un suicidio? Cómo resolver este conflicto entre lo que creemos ser y lo que verdaderamente somos. Realmente, ¿quiénes somos?. Quizás esas imágenes que vemos en las fotografías o en las películas domesticas, quizás esas anécdotas contadas por nuestros progenitores, quizás esos recuerdos brumosos de nuestra mente. La vuelta a la infancia se convierte en una actividad dolorosa, una perversidad que oprime y ahoga, una interrogación sin respuesta. Aquello que sentimos en un momento dado puede ser distinto e incluso opuesto a nuestros sentimientos actuales o ¿puede qué nunca sintiéramos así? Este círculo cerrado, esta opresión, se asemeja a las cajas herméticas que Lorena nos presenta.

Pintadas con escenas de la niñez en contraste con el papel azul de su habitación infantil, son la réplica de un sentimiento de asfixia y desasosiego. El autoanálisis realizado muestra unos sucesos fragmentados. Sucesos que son fruto, en parte, de la temeridad de quien marcó las pautas de nuestra conducta, de quien capturó aquella que fue nuestra imagen en las películas y fotografías. De ahí que la mirada hacia la infancia este exenta de toda ternura, lo edulcorado desaparece frente a lo siniestro. El recuerdo llagado, herido, tiene su metáfora en los restos de vísceras que se contraponen con las escenas domésticas. Es lo que Lorena llama el “sentimiento siniestro”: la utilización de instantáneas cotidianas que se transforman mediante la mirada artística. Lo que en principio parecía inocente o banal, como son las imágenes de las fotografías y las películas, se convierte en algo ajeno, extraño, que causa un cierto pudor en su contemplación.

“¿Autorretrato como constancia de vida, en la vida que ya no es nuestra, pero que lo fue? ¿Autorretrato como muerte de esa imagen que ya no somos, pero que ha sido? ¿Autorretrato como quimera proveedora de la sucesión de máscaras que fuimos y somos? ¿Juego contra el tiempo? ¿Póliza aseguradora emitida contra la muerte, redactada y firmada por uno mismo? Y todo ello a través del recorrido iniciado desde el recuerdo mental y material (fotografía, vídeo doméstico) que nos persigue desde la infancia. Recuerdos que acorralan un yo que se sustrae, que pertenece a ese tiempo ya pasado, pero no olvidado. Un yo que se esconde a una profundidad cada vez más insondable desde la cual aguantamos nuestro propio escándalo.”

Restos de familia, restos de un yo inabarcable, de un viaje al pasado en el presente, de una imagen que fue, que es, que quizá sea. Un autorretrato interior, despojado de máscaras y adornos superfluos, un encuentro con ese ser complejo y diverso que eres tu mismo.

“Relucía... De igual manera que mató al pintor mataría la obra del pintor y todo lo que significaba... ¡Mataría el pasado y cuando ese pasado hubiese muerto sería libre! Mataría al monstruo retrato de su alma, y privado de sus atroces advertencias recobraría la tranquilidad.”

Volver

// PUBLICACIONES